martes, 10 de noviembre de 2009

FUZZ HISPÁNICO


Hoy toca reivindicar a un puñado de bandas nacionales y a otra argentina que demuestran el extraordinario momento creativo que vive el hard rock más oscuro y espeso producido en tierras de habla hispana. Es una verdadera lástima que estos grupos sepan de antemano que el hecho de dar rienda suelta a sus inquietudes sonoras les va a condenar al ostracismo comercial absoluto, pero España no es país para rockeros heterodoxos. Así que desde aquí ruego a cualquier interesado: compren sus vinilos y acudan a sus conciertos. Empezamos:

Viaje a 800: la mejor banda española en la actualidad. Procedentes de Algeciras, parten de un hard rock de tintes sabbathianos que con el paso del tiempo se ha visto enriquecido exponencialmente con una pasmosa habilidad para crear atmósferas y sonidos agobiantes, misteriosos y turbios. A la espera de su tercer trabajo, Diablo Röto de y Estampida  de Trombones suponen sendos ejercicios de creatividad que dejan muy atrás la etiqueta de stoner con la que muchos los podrían identificar a priori. En directo destaca su extraordinario guitarrista, todo un ejemplo de cómo construir espacios sin masturbar el mástil desbocadamente. Las enigmáticas letras, cantadas en castellano con un ligero poso andalusí, contribuyen a reafirmar el clima de irrealidad que supura su música. Para el recuerdo su memorable actuación en el pasado Festival Mentes de Ácido.


Loan: el descubrimiento del año. De Bilbao y con dos discos ya publicados, Kobazuloan saiakerak y Hontziria, Loan mezclan en su bestial y particular sonido influencias del mejor stoner y de una etiqueta que no deja de perturbarme: post-rock. Lo que viene a decir que se expresan a través de largos temas plagados de desarrollos instrumentales donde los riffs parecen crecer en espiral hasta desembocar en la placidez o el tormento más absolutos. Las partes vocales, en vasco, tienen una presencia puntual, y tanto el desgarro en la interpretación como la particular sonoridad del idioma elegido hacen que sus canciones parezcan la banda sonora de la guerra entre el Olimpo y los Titanes. Mención aparte para el magistral sonido que consiguen en estudio (aún no los he catado en vivo), donde las distintas afinaciones usadas en la guitarra y el espectacular sonido de la base rítmica, especialmente el bajo, plasman a la perfección el espíritu épico y salvaje de la banda.


Positiva: también procedentes de Bilbao, las raíces de su música son eminentemente setenteras, pero el brillante sentido de la melodía y la habilidad mostrada en los "diálogos" que nos brindan los riffs de sus guitarristas hacen de esta banda algo muy especial. Al contrario que otros grupos de similares influencias y que parecen más centrados en el sonido que en las meras canciones, Positiva atesoran un gran talento para conseguir temas que, sean instrumentales o no, acaban por memorizarse sin casi esfuerzo gracias a unas composiciones simplemente hipnóticas. A destacar en directo el arrojo de su cantante y la contundencia de su sonido, mucho más agresivo que el registrado en su estupendo primer disco Centaur's Ride.


Glow: puestos a etiquetar, que mejor calificativo que el de "los Soundgarden españoles". Tempos ralentizados que los emparentan con el doom más clásico, afinaciones ultra graves, explosivos solos de guitarra que chisporrotean fuzz y wah-wah y un cantante portentoso de registro amplio y desgarrado que inevitablemente recuerda a Chris Cornell son las cartas de presentación de esta banda madrileña, desgraciadamente disuelta. Tras una maqueta donde practicaban un stoner de manual y poco interesante, con Gone, but never forgotten y, sobre todo, el fabuloso Dive into the sun se convirtieron en escucha obligada para los nostálgicos de los sonidos setenteros y noventeros más pesados. Cantante y guitarrista rítmico formarían después Mystic Frequency Worm, mucho más aburridos para el que suscribe.


El Páramo: otra enorme banda originaria de la capital. Totalmente instrumentales y con larguísimos temas, sus influencia más evidentes estarían entre Tool y los Kyuss más herméticos. Riffs mastodónticos, originales y laberínticos crescendos a base de efectos y distorsiones varias y una base rítmica inquieta para un grupo que ilustraría perfectamente una ceremonia ritual a base de peyote.


Los Natas: unos clásicos contemporáneos. La evolución de estos argentinos ha sido constante e imparable: el stoner prototípico se une con el space rock, la psicodelia más eléctrica y el folclore de su país dando como resultado discos tremendamente sugerentes que dan la impresión de estar presenciando un western épico y enfermo, bien aderezado con una particular melancolía en los momentos más relajados. Desde el más previsible Ciudad de Brahman hasta el sublime El Hombre Montaña o el reciente Nuevo orden de la libertad, y pasando por la oscuridad de Corsario negro, Los Natas han demostrado su pericia instrumental (inconmensurables el batería y bajista y no menos hábil el fuzzeante guitarra Sergio Ch.) hasta convertirse en una banda de culto respetada internacionalmente.


Rip KC: y para cerrar, otro formidable grupo madrileño. La juventud de sus miembros es directamente proporcional a su inquietud y a su amplitud de miras, ya que han pasado desde el punk rock calimotxero de sus inicios hasta el omnipresente stoner, el progresivo, la psicodelia y la mirada constante hacia los sonidos más ácidos de la época dorada del rock. Sus trabajos más destacados serían The truth is out there (una eficaz combinación de Fu Manchu, Kyuss, Melvins o incluso Nirvana en momentos puntuales), el colosal Obvious and bleeding (donde las influencias pasan por The Doors, Black Sabbath o Triana) o el más reciente Spingüolf (su referencia más experimental y atmosférica). Todo un ejemplo de eclecticismo bien entendido.


AGRADECIMIENTOS: mentes de ácido, doom &stoner community, riff-fanzine y especialmente a Miky por haberme descubierto a algunos de estos grandes músicos.

miércoles, 21 de octubre de 2009

FRANKENSTEIN VS. EL CAPITAL


Si me preguntaran cuál es mi película de ciencia ficción favorita de todos los tiempos, la respuesta sería clara: Robocop. También podría decantarme por otras elecciones más o menos canónicas, como Blade Runner, Alien (el octavo pasajero) o 2001: Una Odisea en el Espacio. Pero la verdad es que ninguna de las anteriores resulta tan perturbadora, cruel y repleta de abyectas dobles lecturas.

Dirigida por un amante de lo sórdido como es el holandés Paul Verhoeven, Robocop partía de un argumento prototípico para la serie B: un policía es salvajemente tiroteado en acto de servicio y sus restos (básicamente el rostro, un trozo de cerebro y una parte de la columna vertebral) son insertados en un cuerpo metálico e informatizado, dando como resultado una nueva clase de agente de la ley incansable, casi invulnerable y con un código de actuación inamovible. Lo que podría haber degenerado en un panfleto fascistoide sobre la necesidad de mano dura en el mundo actual o directamente en una fantasía irrelevante, se convirtió bajo las órdenes de Verhoeven en una memorable sátira sobre el capitalismo, el mundo de los negocios y las corporaciones y también en una relectura del mito de Frankenstein y la resurrección.

Robocop es también un brillante espectáculo de acción que combina a la perfección el entretenimiento puro con la descarada visión de sus creadores sobre los Estados Unidos. De hecho, el propio director afirmaba que su película era simplemente la visión de un extranjero desconcertado en la norteamérica de finales de los 80.

Violencia y cirugía

Hoy en día sería impensable que un producto hollywoodiense contuviera la imparable, repugnante e insólita violencia contenida en Robocop. Desde luego no es una película para el público infantil, pero el hecho de haberla descubierto de niño ha contribuido a la intensidad con que recuerdo algunas escenas (y creo que lo  mismo le ocurre a mucha gente de mi indefinible "generación"). En primer lugar, el asesinato del agente Murphy se me antoja como la muerte más traumática que yo recuerde haber visto en pantalla. El mal absoluto que encarna la banda de Clarence Bodiger (memorable villano) se une al sufrimiento físico del policía, retratado con un regusto absolutamente gore que tienta al espectador a desviar la mirada. Además, el martirio del agente para luego "resucitar" en un cuerpo indestructible da el primer aviso sobre las intenciones de la cinta: sólo en una sociedad enferma podría darse un trato semejante a su "salvador", o mejor aún, a su Cristo.

Más orgías de líquido rojo y vísceras se dan en la conversión de Murphy en Robocop (angustiosas escenas de la operación en plano subjetivo), en todos los tiroteos (donde parece que en vez de balas se usan misiles antitanque, a juzgar por los impactos), en la clásica secuencia del malhechor derretido en ácido (un punto culminante de explícito gore aún no igualado por el cine comercial) o en la lucha final entre Murphy y Clarence.

Espiritualidad y dividendos

Además de esa acción deudora del lenguaje del cómic (Frank Miller guionizó la segunda parte), Robocop denuncia a las grandes corporaciones y a sus ejecutivos como monstruos sin alma, capaces de privatizar una ciudad entera y desposeerla de un mínimo de seguridad incitando la delincuencia extrema desde los despachos y la consiguiente demanda de un nuevo modelo de agente de la ley capaz de hacerla frente. No hay que olvidar que el film se rodó en el punto álgido del reaganismo, cuando la agresividad en el mundo de los negocios no conocía ética ni límites. Así pues, tenemos a la OCP como macro-empresa capaz de proporcionar al viejo Detroit (símbolo de la decadencia del modelo industrial clásico) la posibilidad de reciclarse en la flamante Delta City. El camino hacia esa reconversión conllevará inducir el caos en las calles para abrir las oportunidades de negocio de la OCP, en un mercado donde las vidas humanas no son más que otra moneda de cambio.

Tampoco hay que olvidar en este sentido la descripción de la rivalidad entre los ejecutivos de la gran empresa, capaces literalmente de acribillarse los unos a los otros para conseguir sus objetivos.

Frente a esos hombres de negocios, la heroicidad y la verdadera humanidad persisten en el nuevo agente robótico cuando éste toma consciencia de sí mismo y de sus recuerdos en un periplo existencialista en busca del alma y la esencia humana. De este modo, hallamos otra mirada de Verhoeven hacia un clásico de la cultura moderna como es Frankenstein. Y también asistimos a la brillante construcción del personaje de Murphy/Robocop, cuya desolación al saber lo que ha ocurrido verdaderamente conmueve y hace que el espectador empatice con sus ansias de venganza y justicia.

En definitiva, una obra comercialmente bien entendida, mordaz como pocas, espectacular e impactante. Un clásico contemporáneo que, bajo su apariencia de entrenimiento sádico pone el acento en la incorregible habilidad de algunos seres humanos (cierta clase de empresarios y poderosos en general) para llevarse por delante todo lo que se oponga a sus inconsolables ansias de poder.


martes, 29 de septiembre de 2009

AGUJERO NEGRO

Gracias a las adaptaciones cinematográficas, parece que el mundillo del cómic (o "novela gráfica" para los usuarios de gafas de innombrable material) poco a poco está adquiriendo cierto respeto intelectual. Hollywood y, en menor medida la industria del Anime y del cine europeo, han devuelto a cambio una especie de constatación por parte del público no especialista de que la etiqueta de "noveno arte" no parece en absoluto fuera de lugar si se consideran los méritos de las grandes obras maestras del medio.

Agujero Negro, escrita y dibujada por el americano Charles Burns (de Seattle, denominación de origen pues) sin duda es una de esas obras maestras. Se trata de uno los relatos más profundos, imaginativos e inquietantes que he podido leer. Narra los hechos acaecidos en una pequeña ciudad de los USA cuando los adolescentes nativos comienzan a manifestar unas extrañas mutaciones, de origen supuestamente venéreo y que se mueven entre lo discreto a lo directamente aberrante.

Ambientada en los años setenta, partimos de un argumento de ciencia ficción para reflexionar sobre el trauma de crecer, el aislamiento, la soledad y el descubrimiento de placeres ancestralmente ambivalentes: el sexo y las drogas. Toda una metáfora, bastante extrema, eso hay que reconocerlo, sobre el proceso de hacerse adulto. Llama la atención la ausencia de figuras paternas en toda la historia, acentuando así la sensación de que los personajes se mueven en un mundo incierto y sin límites que marquen un mínimo espacio de seguridad.

Estéticamente, el dibujo se corresponde con el tono alucinado, paranoico y, a veces, desesperadamente romántico de lo que se nos cuenta. Los rostros se mueven a medio camino entre la caricatura y el realismo, usando imaginativamente todo un arsenal de figuras en espiral y puntuales explosiones de objetos de cuyo significado sólo seremos conscientes cuando todo termine. En cierto modo, ese aire psicodélico invita a interiorizar mejor el revuelo existencial y hormonal de los personajes, del mismo modo que la fotografía, la banda sonora o el montaje en una película subrayan más cosas de las que observamos en primera instancia.

Un viaje inolvidable del que se sale extrañamente reconfortado debido a su final posibilista, y un ejercicio de estilo que lleva el lenguaje del cómic a otro nivel, extraordinariamente personal y sugerente en este caso.