jueves, 7 de febrero de 2013

BAT-FACHA, PERO BAT-CONTENTO





SPOILERS

Continuando mi saludable hábito de escribir sobre cosas que no están de actualidad, hoy me he decidido a fustigar el último flin hasta la fecha del Caballero Oscuro. Recordemos que The Dark Knight Rises se estrenó en julio de 2012, lo que nos da la suficiente perspectiva y el temple que requiere la disección de semejante mamarrachada audiovisual. Vaya por delante que Batman es mi personaje de ficción predilecto desde niño, y también que la nueva trilogía (hasta su mierdoso capítulo final) me satisface a medias.
 
Lo que peor llevo de la etapa nolaniana ("nolaniana", dícese del director Christopher Nolan) es la exagerada tendencia por los diálogos absurdamente retóricos (como este blog). Lo que consigue este señor cuando se pone tremendo es tomar al espectador por gilipollas y explicarle con detenimiento por qué está asistiendo a una obra trascendental y super-simbólica, o sea. Como ejemplo tenemos las secuencias del interrogatorio en The Dark Knight o el encuentro en el hospital entre Harvey Dent y Joker, también en la misma peli. En ambas el villano payasil se explaya detallando a la audiencia todo el rollo de la dicotomía orden-caos que representan él y Batman, lo cual se deduce sin mayores complicaciones a la vista de los acontecimientos. Aunque nos guste ver a Heath Ledger en plan guitar hero de la interpretación, la decisión de incluir estos diálogos nos demuestra claramente que Hollywood, o el propio Nolan, no están por la labor de que sea el respetable el que saque sus propias, y más que evidentes, conclusiones de lo que vemos en pantalla.
 
Es una lástima tomar unas decisiones tan bobas cuando el director nos regala secuencias tan brutales como esta, que definen a Joker con una precisión aplastante.
 
Batman no da abasto
 
Mis ilusiones con The Dark Knight Rises fueron destruidas por una serie de cagadas que paso a detallar:
 
- La torpeza y el desatino con la que se vende su "mensaje". Que encima es absolutamente rancio y fascistoide, aunque eso me importa menos. Luego sigo.
 
- Un guión que intenta abarcar demasiadas tramas y que son resueltas toscamente: que si me quitan la empresa, que si aparece la fulana esta que me roba, que si dan un golpe de Estado los perroflautas, que si esta otra chorba no es lo que parece, que si vaya somanta hostias me suelta la Bane, que si me encierran en la caverna de Platón, que si ojito con los maderos que son más superhéroes que nadie, que si la chorba primera juega conmigo malamente con erótico resultado, que si lo dejo con mi mayordomo de toda la vida, que si aparece el Chico Maravilla pero menos ridículo que en los tebeos, que si abran paso que voy con un petardo nuclear, etcétera.
 
- Un villano excelente en la primera mitad de la película para luego rebajarlo a vulgar títere y liquidarlo en una escena increíblemente estúpida y de una pereza mental alarmante ("id abreviando que vamos mal de tiempo").
 
- Aquí me voy a poner en plan frikazo: ¿qué cojones hace Batman luchando a plena luz del día?
 
- Y una traición inaceptable al espíritu del personaje: Batman rehace su vida y es feliz con su chorba. En su día se criticó mucho la decisión de Tim Burton de que Joker fuera el asesino de los Wayne, así como el hecho de que el murciélago liquidara sin miramientos a sus enemigos. Sin embargo, lo de Bruce y Selina felices en Venecia destruye por completo la esencia del superhéroe: Batman jamás podrá ser feliz por mucho que lo intente, es un tipo igual o más chiflado que sus enemigos. Esto sí lo supo entender Burton a la perfección.
 
La nena
 
En cuanto a los aciertos, alguno hay.
 
- La paliza que la Bane propina a Batman. Casi la única escena de la trilogía donde se ven las hostias con más o menos claridad, lo suficientemente física y realista para que te duelan los golpes. El momento Knightfall casi me hace llorar de la emoción.
 
 
- Concretamente, el culo de Anne Hathaway en traje de cuérez.
 
Batman contra los kalimotxeros
 
Resulta que la Bane pretende dar una especie de golpe de Estado y devolver the power to the people en Gotham. Para ello deberá eliminar a los capitostes del poder financiero/empresarial, entre ellos a nuestro Brucie-Batman. Los discursos del malo al respecto van envueltos en una perorata que no sabemos muy bien si es una parodia involuntaria o un editorial de Intereconomía denunciando los peligros que representan movimientos como Occupy Wall Street o nuestro castizo 15-M. Y es que el ejército de antisistemas usado por el villano está formado por convictos, nada de deshauciados ni de parados de larga duración. Vamos, que el capitalismo engendra pobreza y desigualdad, como muestra la desdichada infancia de la Bane, pero la única alternativa a ello son el caos, la anarquía y los tribunales populares compuestos por chiflados (los jacobinos meets Arkham Asylum).
 
De un héroe como el que nos ocupa nadie espera un mensaje revolucionario ni mínimamente progresista: es un niño rico muy traumatizado y muy loco. A diferencia de los niños pobres, tiene pasta suficiente para dar rienda suelta a sus neuras con técnicas detectivescas y, de paso, repartir bofetones a lo ninja. A pesar de ello, mi amor por Batman sigue y seguirá intacto. Lo que me toca la mandarina es que el barniz pseudo intelectual que Nolan ha intentado dar a la saga en sus tres capítulos (a saber, en cada una se trata, respectivamente: el miedo, el caos y la alternativa a este último) destroza por completo la entrega final por su elección de meter las narices en política, y eso que todos sabemos que no hay que meterse en política, como diría Antonio Alcántara pre-UCD. Todo entretenimiento contiene, inevitablemente, una interpretación de la realidad, ya sea intencionada o no. La chorrada esa de la objetividad es un mito, como nos decían en la facultad. Si se hace adrede, el tiro puede ser certero (caso de fantasías pluscuamperfectas como el Watchmen original o Robocop) o un completo desastre, como es el caso de las aventurillas de Batman. Ojo, que no censuro que el mensaje sea neo-con, sino la torpeza con la que me lo venden. Lo mismo pensaría si este Batman me intentara endosar un panfleto anarco sindicalista con la misma falta de inteligencia.
 
En los 90's todo era mejor
 
Así que, una vez finiquitada la trilogía, sin duda me quedo por razones sentimentales y estéticas con el mundo de seres tarados que imaginó Burton en los noventa. Disfruté mucho con Batman Begins y The Dark Knight (sí, yo soy de esa gente tan original que flipó y flipa con el Joker moderno), pero esta última se toma tan en serio a sí misma, está tan mal escrita y tiene tan poca sutileza que su afán grandilocuente le hace volar por los aires.

miércoles, 23 de mayo de 2012

GENERACIÓN GENOCIDA (II)

Pido perdón por la boutade con Pearl Jam: son buenos chavales y me gustan mucho sus tres primeros discos.


Los protagonistas del momentazo Seattle fueron, son y serán los inductores de la pasión por la música que constituye uno de los motores de mi vida. A continuación daré un breve apunte sobre mis favoritos. No están todos, pero los que están son imprescindibles (jodeos, fans de Pearl Jam):


NIRVANA: ¿qué puedo decir? el grupo que me enseñó a amar la música y comprender su inmenso poder curativo ante la mierda que subyace en esto que hemos convenido en llamar vida. Imposible expresar más con menos acordes. El desgañite mental y cantor de Kurt Cobain todavía nos golpea donde más duele (y recordar también la privilegiada proliferación de voces extraordinarias entre estos grupos).

MUDHONEY: los papás putativos del invento, y los menos poperos, lo cual explica su escaso éxito a nivel masivo. Su sonido es corrosivo y rotundo como pocos, siendo los mayores cultivadores del punk y la psicodelia ruidosa del momento. Mención especial para Mr. Mark Arm y su voz descomunal, directamente sacada del frenopático, y a los intrincados juegos de distorsiones entre las guitarras. Pura subterraneidad y siempre efectivos.

SOUNDGARDEN: no sé que decir ante uno de los diez mejores grupos de la Historia. Supieron evolucionar desde un heavy primario y denso hasta su maravillosa trilogía final, donde el arco de orientaciones de su sonido se vuelve estremecedor, duro, sensible, introspectivo, tímido, épico y evocador. El grupo que mejor transmitió la atmósfera húmeda y sombría del final de siglo. Y con Dios al micro: Chris Cornell, hoy lejos de su mejor forma, pero indiscutible poseedor de la voz más salvaje y bella del momento. Claro ejemplo de cómo poner la pericia instrumental al servicio de las emociones.

ALICE IN CHAINS: si no hubiese escuchado primero a Soundgarden, diría que este grupo es el noqueador de espíritus por excelencia. Menos diversos en estilo que Soundgarden, suponen otra interpretación del mundo sombrío e introspectivo del grunjerío. La angustia se enfoca esta vez desde la autodestrucción provocada por la heroína. En Layne Staley encontramos la voz más conmovedora, desgarrada y sincera del rock de los últimos veinte años. Su potencia sólo es superada por el desamparo absoluto que transmiten las maravillosas, agónicas e imaginativas atmósferas ideadas por el mago Jerry Cantrel. La escucha de Junkhead resulta el mejor reportaje nunca hecho sobre el abismo de la autodestrucción y la paranoia.

SMASHING PUMPKINS: imaginen la confusión y la pérdida de papeles que provoca esto en un mierda de 16 de años, hablando desde la voz de la experiencia. La montaña rusa de emociones en la que te sume el calvo de Chigago deja huella si se escucha a tiernas edades, merced a una calculadísima mezcla entre el tormento y el éxtasis. Sus discos son una contínua subida y bajada, bien apoyada en un superlativo talento compositivo. Los únicos que pude ver en directo. Pelotas directamente al suelo.

SCREAMING TREES: junto con Mudhoney, los más injustamente ignorados. La banda del imprescindible señor Lanegan es la menos rompedora en sonido, e inversamente proporcional a su impacto anímico. Su música huye de la desmesura de otras bandas compañeras, para ser la más sobria y madura de todas. La melancolía otoñal, los punteos hendrixianos y la belleza de las composiciones son sus poderes, unidos a la voz profunda hasta el paroxismo de Mark Lanegan, paradigma de los maravillosos efectos del tabaco sobre la voz. Una sóla nota cantada por este hombre posee más aroma y sabiduría que cierto mesías irlandés con complejo de superioridad.

GENERACIÓN GENOCIDA (I)

Las modas y las etiquetas musicales suelen ser un camino fácil para etiquetar ciertas generaciones de grupos y de estilos musicales, con la arbitrariedad que eso conlleva; no obstante, el ser humano sólo puede concentrar al 100% su atención durante 90 minutos, por eso tales etiquetas suelen ser útiles sólo para desgranar elementos mucho más complejos si se toman uno a uno. La etiqueta "grunge" fue otorgada por la prensa musical, allá por los años 90, a una hornada de bandas de rock estadounidenses que, con origen en el Estado de Washington y los aledaños de la desapacible Seattle, estaban llamados a reescribir la ética y la estética del rock duro y el punk rock setenteros. El triunfo comercial de algunas de ellas marca la salida a la superficie mainstream del llamado "rock alternativo", marca hoy prostituída hasta la naúsea por la industria. El estallido de los sonidos duros y fríos para el gran público tuvo su catalizador en el inesperado pelotazo que Nirvana protagonizaron con el éxito de Nevermind. A partir de ahí, todo sello se lanzó a la caza y captura de sus propios nirvanas, en un fenómeno contradictorio al radicalismo sonoro de muchos de esos grupos.

Tal éxito se explica por la aparición de un nuevo público criado a caballo entre el rock setentero y el descreimiento del punk, unido al progresivo estado de pasividad y desorientación que sume a la generación hija del hippismo la pérdida de valores y causas por las que luchar.

Hoy queda poco de ese conato de revuelta del mercado musical. Pero el legado estético y sentimental se atisba en nuevas tendencias, las cuales, en unos años, seguro que reinvidicarán esa especial sensibilidad como el culmen de una manera de entender el rock que quizá no daba más de sí. Sobra decir que para mí todavía no se ha vuelto a ver semejante desfile de genialidad tan agolpado. Generación coherente o simple fruto de la casualidad, la mezcla, como digo, de rock ledzeppeliano, heavy primitivo, los Stooges, Pixies y pop tradicional dieron como resultado una época (perdón por el tópico) irrepetible. Los ingredientes: melancolía, frustración, éxtasis, angustia, rabia y experimentación a un nivel asequible.


Los resultados, en breve.

ALICE IN CHAINS - LA RIVIERA - MADRID - 2006

Esta es muy entrañable. Y seis años después parece ser que sí: lo de Soundgarden es cierto.


No sé cuando voy a dejar de dar la brasa con el mismo tema, es posible que tras la experiencia de anoche haya conseguido finalmente la tan ansiada catarsis espiritual. Pero es justo lo que os estáis temiendo: ayer, contractura muscular en el brazo izquierdo mediante, asistí al chou de Alice in Chains en La Riviera. Es difícil explicar cómo una música tan oscura y decadente puede llegar a proporcionar semejante estado de éxtasis y plenitud. Quizá sea una forma de expulsar los demonios interiores y conseguir algo bello desde la más pura desolación; Nietzsche ya lo sabía. Mucho se ha hablado de lo discutible que era la reunión de Alice tras la muerte de Layne Staley, cantante original de la banda y poseedor de la voz más conmovedora de la historia del ruock (verdades como puños). Lo cierto es que, tras lo visto ayer, el respeto a la memoria del amigo desaparecido está fuera de toda duda. Ejemplar lección de humildad cuando el señor William Duvall, su sustituto, desapareció del escenario para dejar a los miembros originales darse un baño de masas.


Bien, antes de que esto se convierta en una lamida de recto en toda regla, veamos los contras (que también los hubo): cortísima duración (tienen repertorio para tres horas), técnicos de sonido susceptibles de ser hostiados y cierta frialdad inicial. A ello hay que sumar la actitud discutible de servidor, que ante su estado de salud precario, vió los primeros temas desde los balcones laterales, craso error que se vió subsanado cuando me lancé al foso en un estallido incontenible de headbanging y air guitar a saco paco. A partir de ahí, sesenta minutos (¡tacaños!) de desparrame y afonía desafinada, para desgracia de los que me rodeaban. No importa demasiado cuando se da la total comunión entre banda y público y el evento se transforma en un karaoke grunjeta. El set list fue antológico, con un Jerry Cantrell que demostró una clase sobrehumana con sus riffs envolventes y metaleros, con la base rítmica ultra-eficaz de Mike y Sean y la sorpresa absoluta que nos dió Duvall. Este cruce entre Ben Harper y el gafapasta negro de Cuatrosfera cumplió con creces, usando un registro poderoso y amplio y sin la aspereza que Staley alcanzaba cuando sacaba voz hasta el infinito, amén de ejercer como frontman sobrado de carisma y actitud. Buena elección, sin duda.


¿Y los mejores momentos? ¿Alguien en su sano juicio puede elegir entre Rooster o Down in a hole? Sólo sé que me sorprendió no haber llorado en esos momentazos, mi cuerpo sólo podía expresar sonrisa y felicidad jipiosa. Man in a box fue el principio del desfase, con su estribillo inalcanzable para nuestras gargantas; el solo de Cantrell en Damn that river, afiladísimo; el comienzo de We die young, una explosión de furia; No excuses, pura poesía; el final de Would?, adrenalítico y purificador... y puedo seguir así con todos los temas. Pero lo que de verdad me golpeó y jamás olvidaré fue Junkhead, una canción que habla sobre la aceptación de la autodestrucción como identidad y motivo de orgullo. ¿Malditismo gratuito? No se equivoquen, durante cinco minutos cientos de personas vomitamos todos los malos rollos acumulados en años de vida y ascendimos a un nivel superior de emociones y rabia constructiva. El lenguaje es vago y limitado, sobre todo cuando ves algo así a cinco metros de tus ojos incrédulos.


Me invade un deseo de infinita gratitud ante unos tipos con los que quizá nunca cruce palabra y nunca conozca personalmente, pero que representan como nadie el milagro de que el arte de verdad logre la empatía absoluta entre perfectos desconocidos. Y, por supuesto, hacia el recuerdo de Layne, una suerte de hermano anónimo.


Ya sólo falta que Dios oiga mis plegarias y Cornell deje de hacer el moñas para resucitar a mis amados Soundgarden. Ante la era del reguetón que nos acecha, uno se siente bendecido por haberse criado en el rock de los noventa. Durante sesenta rácanos minutos, fui feliz.

VIOLENCIA: UN TRIBUTO A PANTERA Y MASTODON

PANTERA: fueron el mejor grupo de metal de los años noventa, imprescindibles en la evolución del género para que éste no quedara eternamente esclavizado por los clones de Judas Priest o el virtuosismo vacío. Cowboys from hell, Vulgar display of power, Far beyond driven y The Great Southern Trendkill constituyen una inenarrable tetralogía sobre la furia, la mala hostia y el odio extremo por la sociedad. Cuesta mucho describir la descontrolada bestialidad y el estado primitivo al que te reportan estas cuatro maravillas, no aptas para oídos sensibles. Cuatro paletos de Texas consiguen poner banda sonora a nuestros deseos de arrasarlo todo, porque en USA los paletos se dedican a hacer esto mientras beben y se drogan, como aquí, pero con creatividad. El gran Dimebag Darrell fue seguramente el último gran dios de la guitarra jevirula, con sus afinaciones de ultratumba, sus solos perforadores y su increíble feeling para el riff destroza-cuellos. Puede que sólo la presencia de Phil Anselmo robase atención a Dimebag, porque este gañán xenófobo posee la voz más descomunal, agresiva, cruda y retorcida del universo. Como dicen algunos, un crooner del infierno que esconde otro inesperado talento para la introspección, como muestran los tenebrosos medios tiempos de The Great... En definitiva, con una mezcla de trash, hardcore y de los mismísimos Yudasss, Pantera se erigen como tótem de un mundo enfermo capaz de parir artefactos como éstos, en cuyo bizarrismo late un grito de desesperación.


MASTODON: sin duda, son el futuro, y además, de los pocos capaces de decir algo nuevo en un estilo tan cerrado, o que al menos lo parezca. Mastodon unen la agresividad pura con pretensiones artísticas, y lo consiguen de modo implacable. Su estilo es una mezcla de varios subgéneros, pero básicamente toman patrones del trash tradicional y lo fusionan con impensables progresiones instrumentales y unos trescientos cambios de ritmo por minuto. Algunos llaman a esto post-metal, pero a mí lo de los estilos post-loquesea no me acaba de entrar. Músicos técnicamente abrumadores (su batería Brann Dailor debe tocar con ocho brazos), siempre se muestran inquietos en la búsqueda de ambientes y sensaciones para llegar a una catarsis que nunca hubiéramos pensado posible con medios tan poco sutiles. Si no me creen, escuchen Leviathan y Blood Mountain, dos discos que constituyen una especie de pequeño diccionario del metal. Mastodon llegan para poner patas arriba las expectativas que se puedan tener sobre un disco de música extrema, porque debajo de su actitud cafre aguardan sensaciones de placidez (madre de Dios, qué medios tiempos hace esta gente:Pink Floyd fornicando con Slayer), locura y satisfacción final al haber salido insanos y salvos de la experiencia.

MUSE - PALACIO DE LOS DEPORTES - MADRID - 2007: HYSTERIA EN MADRID



El último viernes del pasado mes de octubre me dirigí presto (y bien acompañado) al Palacio de los Deportes de la Comunidad de Mandril para asistir al chou que Muse presentaba en la capital de la antigüa España. Son Muse una banda que no acaba de reflejar su enorme éxito de público con el reconocimiento de la crítica más o menos especializada. El argumento usual es que representan un refrito de influencias (Radiohead, Jeff Buckley, Coldplay, Queen o Smashing Pumpkins) que, además de no aportar nada significativo, se indigestan con una epicidad y un sentido dramático desbordante. Sin embargo, esas objeciones son sus mayores bazas, ya que, a tenor de lo visto aquella noche, tales influencias y dejes quedan engranados con suma perfección.


Empecemos por la gran baza del grupo, el cantante, compositor, pianista y guitarrista Matthew Bellamy, un verdadero portento musical. El carácter grandilocuente del grupo parte precisamente de la desbordante creatividad de este señor bajito y narigudo. Voz de registro propio de un castratti, ruidismo guitarrero (atención también a su dominio del tapping) y un entusiasmo infinito en el escenario no permiten dudar de su auténtico rol de estrella talentosa. La base rítmica, además de las piruetas de Mateo, contribuyen en un 90% a la solvencia del grupo en directo, merced a unas omnipresentes líneas de bajo (¡reivindicación de los anónimos bajistas ya!) y a un batería que se luce con los breaks justos en el momento en que la canción lo pide.


Así pues, y con estas credenciales, los hijos de la Gran Bretaña no defraudaron con un concierto memorable en lo visual y en lo musical (montaje brillante con proyecciones, pantallas y chiringuito cibernético del que salía la batería). Justamente es esa epicidad y lirismo dramático lo que les condujo hasta el delirio del público, ya que las virtudes de la banda se adecúan especialmente al directo, nada fácil por otra parte si atendemos a la dificultad de plasmar ese sonido exagerado y apasionado.


El principio con Take a bow auguraba una suerte de ceremonial pop que no bajó la tensión en ningún momento, con una acertada elección de temas que no se olvidó de mis favoritas del Origin of simmetry (si llegan a tocar Space Dementia me lanzo directamente a intentar arrancar la nave espacial). Éxtasis, romance y sensación de un agradable apocalipsis festivo para una velada gratificante, donde me reconcilié con la cara más sugerente del mainstream musical. Todos mis respetos hacia un grupo en el que las influencias más evidentes han conseguido ir limándose hacia una personalidad y una ejecución en directo para el recuerdo. Es posible que con el paso del tiempo siga regocijándome al oír como se acaba el mundo.

SMASHING PUMPKINS - LAS VENTAS - JULIO 2007: SENSACIONES RARAS

Ayer asistí con los amiguetes al Pepeworld Festival celebrado en Las Ventas, atraído por los cantos de sirena emanados por el binomio Kasabian-The Killers... ¡QUE NO! Fui a ver a mis Smashing Pumpkins del alma, y a cambio tuve que tragarme las cacotas anteriormente mencionadas. Antes de ver lo que dieron de sí los de Chicago, una pequeña observación. No entiendo cuál es el gancho de las actuales bandas pop-rockeras "alternativas". Creo que un mínimo bagaje musical tengo a estas alturas para separar el grano de la paja (bueno, si no tenemos en cuenta que me la acaban de meter doblada con el cd de Melvins-Lustmord, tendré que probar a escucharlo puesto de mescalina). Siempre de acuerdo a las preferencias estéticas de cada uno, en los grupos anteriores (añadan Franz Ferdinand y en general todo los que sale en el EP3 o el Mondo Sonoro) veo ante todo un ansia de pose cool-moderniqui que soy incapaz de soportar. Y creo que se debe a la nula gracia con la que esos grupos juegan sus referencias. Desde luego que un grunge-setentero irredento tiene poca legitimidad a la hora de criticar esas cosas, y más cuando gran parte del rock de los noventa que saboreo es una ampliación de iconos veinte años anteriores. Pero, amigos, no es lo mismo la reinterpretación de unos Kyuss o unos Soundgarden sobre el mito Sabbath, que, por ejemplo, el fusilamiento contínuo del moderneo actual a costa de la new wave, The Cure o grupos garajeros más o menos de culto.

La pose y la estética son parte esencial del gran timo del rock, y el timo se convierte en espectáculo cuando a la pose se le añade ACTITUD, rasgo del cual adolecen esos grupos tan de ahora. Disculpen la digresión contra el gafapastismo de cartón-piedra (redundancia del día), pero creo firmemente que la gente que va a los conciertos "por el ambiente" o para dejarse ver debiera ser empalada.

En cuanto al casi único grupo de talento de la noche (reconozco que los Killers esos al menos entretuvieron en tres canciones), la expectación fue mitigada por el cansancio y la puta alergia. Un gallifante para los que idean festivales de una sola tarde-noche en un día laborable, hijos de puta todos ellos. Otras condiciones poco amistosas para el disfrute fueron un sonido muy poco contundente y que, definitivamente, las cosas se ven con otros ojos cuando tienes 17 años (qué sería de un post sobre los Pumpkins sin nostalgia de acné, bueno, como todo lo que escribo).

Las sensaciones extrañas fueron eso, extrañas. Porque los clásicos de siempre me sonaron sosos y con poca pegada (Today, Tonight, tonigt, Zero, 1979) y las antaño emocionantes baladitas me aburrieron (tiemblo cuando este tío empuña la guitarra de palo). Pero lo raro es que las canciones de un álbum nuevo pendiente de editar sí me hicieron vibrar (el primer tema fue un gran comienzo). Deduzco que tengo tan trillados el Mellon Collie... y el Siamese Dream que sólo con un sonido más acorde me hubieran hecho tilín de nuevo, al menos en directo, ya que los discos no han envejecido para mí. Rechazo la idea de que han perdido el mojo, porque, ya digo, los nuevos temas me sonaron bastante notables. No hubo decepción en cuanto al estado de forma de las calabazas. Corgan sigue siendo un guitarrista único (y ayer cantó muy bien), Chamberlein una puta bestia parda, y los relevos de James Iha (el asiático más chachi del rock) y D'Arcy cumplieron (apréciese la foto adjunta sobre la muchacha en cuestión).

Finiquito con otra observación: ¿por qué la prensa generalista española es tan condenadamente inútil a la hora de abordar crónicas con bandas rockeras? Ahora recuerdo reseñas en El País y El Mundo sobre Nine Inch Nails, Pearl Jam o los mismos Pumpkins de ayer donde JAMÁS ponen bien los títulos de las canciones. ¿Tanto cuesta consultar la web de los grupos y ojear los listados de temas?

PD: Vaya putísima mierda los Kasabian, hay que decirlo más. Ah, y otra razón más para cagarse en la puta calavera de los Killers: su concierto se alargó más de lo previsto y los Pumpkins acortaron el suyo por el tema de horarios. Una incorporación nueva a mi lista negra.