martes, 29 de septiembre de 2009

AGUJERO NEGRO

Gracias a las adaptaciones cinematográficas, parece que el mundillo del cómic (o "novela gráfica" para los usuarios de gafas de innombrable material) poco a poco está adquiriendo cierto respeto intelectual. Hollywood y, en menor medida la industria del Anime y del cine europeo, han devuelto a cambio una especie de constatación por parte del público no especialista de que la etiqueta de "noveno arte" no parece en absoluto fuera de lugar si se consideran los méritos de las grandes obras maestras del medio.

Agujero Negro, escrita y dibujada por el americano Charles Burns (de Seattle, denominación de origen pues) sin duda es una de esas obras maestras. Se trata de uno los relatos más profundos, imaginativos e inquietantes que he podido leer. Narra los hechos acaecidos en una pequeña ciudad de los USA cuando los adolescentes nativos comienzan a manifestar unas extrañas mutaciones, de origen supuestamente venéreo y que se mueven entre lo discreto a lo directamente aberrante.

Ambientada en los años setenta, partimos de un argumento de ciencia ficción para reflexionar sobre el trauma de crecer, el aislamiento, la soledad y el descubrimiento de placeres ancestralmente ambivalentes: el sexo y las drogas. Toda una metáfora, bastante extrema, eso hay que reconocerlo, sobre el proceso de hacerse adulto. Llama la atención la ausencia de figuras paternas en toda la historia, acentuando así la sensación de que los personajes se mueven en un mundo incierto y sin límites que marquen un mínimo espacio de seguridad.

Estéticamente, el dibujo se corresponde con el tono alucinado, paranoico y, a veces, desesperadamente romántico de lo que se nos cuenta. Los rostros se mueven a medio camino entre la caricatura y el realismo, usando imaginativamente todo un arsenal de figuras en espiral y puntuales explosiones de objetos de cuyo significado sólo seremos conscientes cuando todo termine. En cierto modo, ese aire psicodélico invita a interiorizar mejor el revuelo existencial y hormonal de los personajes, del mismo modo que la fotografía, la banda sonora o el montaje en una película subrayan más cosas de las que observamos en primera instancia.

Un viaje inolvidable del que se sale extrañamente reconfortado debido a su final posibilista, y un ejercicio de estilo que lleva el lenguaje del cómic a otro nivel, extraordinariamente personal y sugerente en este caso.