miércoles, 23 de mayo de 2012

MUSE - PALACIO DE LOS DEPORTES - MADRID - 2007: HYSTERIA EN MADRID



El último viernes del pasado mes de octubre me dirigí presto (y bien acompañado) al Palacio de los Deportes de la Comunidad de Mandril para asistir al chou que Muse presentaba en la capital de la antigüa España. Son Muse una banda que no acaba de reflejar su enorme éxito de público con el reconocimiento de la crítica más o menos especializada. El argumento usual es que representan un refrito de influencias (Radiohead, Jeff Buckley, Coldplay, Queen o Smashing Pumpkins) que, además de no aportar nada significativo, se indigestan con una epicidad y un sentido dramático desbordante. Sin embargo, esas objeciones son sus mayores bazas, ya que, a tenor de lo visto aquella noche, tales influencias y dejes quedan engranados con suma perfección.


Empecemos por la gran baza del grupo, el cantante, compositor, pianista y guitarrista Matthew Bellamy, un verdadero portento musical. El carácter grandilocuente del grupo parte precisamente de la desbordante creatividad de este señor bajito y narigudo. Voz de registro propio de un castratti, ruidismo guitarrero (atención también a su dominio del tapping) y un entusiasmo infinito en el escenario no permiten dudar de su auténtico rol de estrella talentosa. La base rítmica, además de las piruetas de Mateo, contribuyen en un 90% a la solvencia del grupo en directo, merced a unas omnipresentes líneas de bajo (¡reivindicación de los anónimos bajistas ya!) y a un batería que se luce con los breaks justos en el momento en que la canción lo pide.


Así pues, y con estas credenciales, los hijos de la Gran Bretaña no defraudaron con un concierto memorable en lo visual y en lo musical (montaje brillante con proyecciones, pantallas y chiringuito cibernético del que salía la batería). Justamente es esa epicidad y lirismo dramático lo que les condujo hasta el delirio del público, ya que las virtudes de la banda se adecúan especialmente al directo, nada fácil por otra parte si atendemos a la dificultad de plasmar ese sonido exagerado y apasionado.


El principio con Take a bow auguraba una suerte de ceremonial pop que no bajó la tensión en ningún momento, con una acertada elección de temas que no se olvidó de mis favoritas del Origin of simmetry (si llegan a tocar Space Dementia me lanzo directamente a intentar arrancar la nave espacial). Éxtasis, romance y sensación de un agradable apocalipsis festivo para una velada gratificante, donde me reconcilié con la cara más sugerente del mainstream musical. Todos mis respetos hacia un grupo en el que las influencias más evidentes han conseguido ir limándose hacia una personalidad y una ejecución en directo para el recuerdo. Es posible que con el paso del tiempo siga regocijándome al oír como se acaba el mundo.

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